25.8.09

EXILIO




− Los monstruos − gritaron los niños − Vienen los monstruos.
Salimos a la calle esperando ver, no sé, jaulas y rejas, un altavoz sobre una camioneta tocando una música discordante, sus rostros extraños agobiados por el calor, por el polvo, por las 2 de la tarde en la calle principal que pesa como una herida.
Llegaron caminando, y su paso era lento y elegante, se movían con una gracia solemne que sólo las articulaciones triples pueden lograr.
Iban desnudos.
No reconocimos nada.
No quedaba rastro alguno que alguna vez fueron como yo, como Alberto, Mónica, como todos aquellos que los mirábamos pasar.
La piel cambio, los huesos tomaron nuevas formas y los músculos fueron otros. Nuevos ojos, nuevos órganos. Nuevas formas de vernos, olernos, percibirnos.
Iban al exilio. No podíamos imaginar siquiera que deseaban, que veían, qué cosa podía interesarles.
Algunos de nosotros se habían enfrentado a ellos antes con armas, con cuchillos, con fuego; con miedo, ira, misericordia. Quisieron quemarlos para que no sufrieran.
Pero nada los mata, nada los hiere, nada los sangra.
Ignoramos porqué accedieron a marcharse, de quererlo podrían acabar con todos y cada uno de los que los veíamos pasar, agitando aquello que late en sus cuellos.
Se fueron por el camino principal, dejando atrás espigadas sombras, perdiéndose en el horizonte.
Regresamos a la mesa, Mónica pidió un poco de cátsup para la comida fría que habíamos abandonado.
No sabíamos qué decir.
− Se veían tristes – dijo Alberto tomando un largo trago de cerveza.
Sí. Toqué la mesa de formica mientras me decía que era justo eso lo que me hacía sentir tan extraño.
Pena. Tristeza. Piedad.
¿Qué vieron en nosotros, que percibieron con sus nuevos ojos, para nos vieran con tanta lástima?




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Efímera
de José Luis Zárate