31.7.09

CON...

(Flickr de sea legs lexi)



Con sorpresa, con curiosidad, con desconcierto, con abandono, con alegría, con misterio, con ansia, con miedo, conmigo sigo a mis manos en su repentina e ininterrumpida migración.

30.7.09

HUMO



Nada apareció en los diarios. Nada comentó la gente. El humo, por cierto, no estaba en el aire. El agua lavó lo que podría haber quedado en las calles. Las gargantas vociferantes del día anterior susurraban civilizados buenos días. Las manos que aferraron garrotes, antorchas, filos y aceros saludaban, llenaban papeles, envolvían compras, hojeaban periódicos donde nada grave había sucedido. Todos evitaban la vista de los escaparates rotos, de las puertas deshechas, del hollín de las fogatas públicas. Era posible sentir a la ciudad trabajar en el olvido, lo tejía con nadas, con ningunos, con nunca, con jamás, con yo no.
Ayudaba que no se vieran los ellos, los de piel nueva, los de otros ojos, los de siluetas extrañas.
¿Y cómo habrían de estar si el humo se dispersa, se aleja, no existe?

29.7.09

LIBRO

(Flickr de Rick Delgado)



La cerradura fue seda, para ti. Apartaste la puerta con indiferencia. Tus gestos eran fluidos, delicados. Eran las cosas las que se llenaban de violencia, se astillaban de golpe, se fragmentaban casi por si mismas. Retrocedí hasta la pared, aferrando aún el libro.
— Nunca entendí los tatuajes, por qué aparecieron de golpe los libros sobre percings, excoriaciones, sobre el arte de enterrar objetos bajo la piel para cambiar los rasgos.
Etérea, sutil, imparablemente avanzabas.
— Tardé en deducirlo, en darme cuenta. No escondías un rostro normal bajo el tatuaje de monstruos. Cuando empezaste a cambiar, cuando el Libro te transformó, decidiste ocultarte remarcándolo. Creen que sólo has llevado la modificación corporal al extremo y no saben la verdad. Lo que ahora eres.
Los lentes de reptil me vieron, o tus ojos verdaderos.
— ¿Ahora qué? Leí el Libro. ¿También voy a cambiar?
Tu mano, la garra me acarició lentamente la mejilla. “Amor” articularon tus labios, atrás los dientes triangulares.
Me diste dos cosas y después te marchaste, con el Libro.
Y aquí estoy mirando mis opciones.
En la mano izquierda un arma, en la derecha la aguja del tatuaje.


26.7.09

LO OTRO

(Flickr de Fifi Yin)



Carne Nueva es transformación, cambio, liberación.
Es modificar la realidad por que el propio cuerpo ha cambiado. Cuando el espejo nos dice que nosotros ya no somos nosotros sino lo Otro.
Es deslizarnos de nuestra propia mente hacia lo distinto, lo ignoto, lo extraño.
Carne Nueva es la piel modificada, el virus razonando, es el susurro de la metamorfosis.
Es sangre, y carne y piel, y ligamentos, y hueso y plasma.
Pero si no puedes convencer a tu ADN, puedes lograr el cambio con peluche y tela, varillas.
Carne Nueva también puede ser una botarga.


25.7.09

ENTRE LOS DEDOS





Creímos que lo peor que podían decirnos es que te moriste.
Nos mostraron pruebas y análisis, certificaron que no respirabas, ni tu corazón latía, que nada alentaba en tu cerebro.
Apenas pudimos reconocerte bajo el tumor.
Se quitaron las máscaras llenas de sangre para que pudieran ver el miedo que los ahogaba.
Los comprendimos.
Era el miedo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir desde que esa mancha en tu mano empezó a crecer, un sentimiento compuesto a partes iguales de impotencia, desconocimiento de lo que pasaba y espanto.
Retiraron la mancha, pero apareció al poco tiempo, quitaron la primera excrecencia entre tus dedos, pero no fue suficiente. Perdiste cada dedo, la palma, la mano, el antebrazo.
Aprendimos palabras nuevas, conceptos médicos, supimos que eran tus propias células las que te devoraban, que tratar de quitarte esa cosa oscura y palpitante era como arrancarte de ti mismo.
Que la batalla estaba perdida de antemano.
Nos acostumbramos a vivir con tu progresivo fin, que uno puede acostumbrarse aún al miedo, a la impotencia, al espanto.
Creció en tus pulmones, cerró tus ojos, cambió tu rostro y la misma silueta de tu cuerpo.
Fuimos al hospital para que todo terminara creyendo, tontamente, que eso iba a ser el final.
Y ahora estamos aquí, y comprendemos que los doctores quieren que tomemos el control porque ellos no pueden. No con esto, no son ello.
Pedimos el cuerpo, dispensa de autopsia, trasladamos tus restos a un cementerio, hicimos una ceremonia con un cajón cerrado. Pusimos a los hombres más fuertes a cargar tu cuerpo.
Te enterramos.
Lo enterramos.
A ti, a eso.
Juntos.
¿Qué importaba que el tumor se moviera aún, que llorara, que nada pudiera matarlo?
Lo enterramos sin permitirnos aceptar que tenía tu voz, que nos llamaba por nuestros nombres, que eso también eras ¿eres? tú.
Tomamos el control y la decisión.
Decidimos la duda y la oscuridad.
Y la certeza que, con ello, nunca íbamos a abandonar el miedo. Las noches enormes en que buscamos una mancha entre nuestros dedos.






24.7.09

SAMSA

(Flickr de .oliver)




Después de una noche inquieta, Gregorio Samsa se despertó convertido en un espantoso insecto. Se quedó horas entre las sábanas sintiendo el miedo crecer, el espanto.
Por fin sacó su cuerpo quitinoso de la cama.
Su familia, al verlo, lo recibió alborozada.
Prendieron las noticias, poco a poco los rezagados iban convirtiéndose. Después del susto era posible reanudar la rutina, en esa nueva normalidad.



RAVE

(Flickr de Stéphane Lépine)

El techo goteaba sudor. La condensación de tanto aliento junto. El calor explosivo de sesenta, setenta cuerpos en tan poco espacio.
Un apretado haz de luces bailaba a lo lejos. Los amplificadores lograban que el lugar entero vibrara de poder. Los rostros miraban el mar eléctrico, unos a otros, fugaces atisbos de distintas pieles, buscando.
Alberto no podía apartar la vista del techo de cemento, tan repetidamente húmedo que un grasiento hongo negro crecía ahí, bebiendo la atmósfera.
Alzó la mano para tocarlo, como si fuera el aceite de una piel. Tan bajo, tan cercano que no pudo pensar más que en emparedamientos, en tumbas y sacrificios. Doscientos treinta y cuatro soldados de terracota custodiando un cadáver, gatos embalsamados en espera de la resurrección de su amo, un hombre desnudo en una cueva seca, pudriéndose antes de que el tercer día empezara a restaurarlo.
No era raro que pensara en criptas y osarios, se dijo, ¿Qué más puedo pensar?
Cerró los ojos y dejó que los cuerpos a su alrededor hablaran. Vibrantes, vivos, ansiosos. Moviéndose con el frenético ritmo del lugar.
Mentían.
Como él, bailando, mentía.
Otra la música piel adentro, muy lejos de los pulsos electrónicos, del imposible latido de las baterías.
Bailamos para no gemir. Eso. Para no acercarnos gimoteando.
Miró a su alrededor buscando alguien que vendiera algo que le ayudara a que los neones crepitaran y los graves sisearan en sus labios.
Pero no había nada. No en ese lugar.
Un lugar sano.
A su pesar, rió por lo bajo. Tanto que parecía estar llorando.
No era el único.
Hay demasiado buen humor aquí, se dijo, pero ello cortó en seco la risa. Demasiada gente con los nervios en punta.
Se estaba quedando sin aire, pero salir de ahí no iba a ayudar en nada. Aún afuera, en la noche, no hay oxigeno suficiente para la angustia.
Tantos cuerpos, apretados, tantos bailando, tantos tratando de respirar a bocanadas.
Venimos venimos venimos
Susurros musitando la posibilidad, rumores no confirmados del sitio, voces secretas difundiendo el mensaje: van a estar, vendrán, esperan...
El mensaje vibrando en los nervios, en las esperas rotas, en los momentos en que no se está más que con uno y es demasiado.
Un edificio roto, basura, olor a orina, a cemento podrido.
A ellos.
A nosotros suplicándoles.
No les interesa nuestra historia personal, los motivos o razones que hemos vomitado encima de tantos, por tanto tiempo.
No les interesa el por qué no podemos librarnos de ello, por qué son preferibles a abandonar nuestros sueños rotos, cómo han llegado a ser la solución en vez de los filos y las armas, o las mil pastillas o el millón de días iguales.
No les interesa saber de qué son la cura.
Sólo aguardan a que lleguemos.


***

No supo su nombre. Sus rasgos se desdibujaban bajo el claro diseño impreso en la piel.
Era un cuerpo cálido, un vórtice de tinta china.
Se encontró bailando con ella, sin saber cómo o dónde, cuándo fue la primera mirada o el gesto inicial. Sólo el ritmo que unía sus pieles, sólo los alientos que se encontraron de improviso, sólo el fino estilete que penetró sus costillas y fue a incrustarse sabiamente en un órgano interno.
Alberto sintió la sangre subir por su garganta como un grito, y los labios de ella bebiendo ansiosos de su boca.
Los pies dejaron de sostenerlo, pero ella soportó su peso como si fuera tan fuerte como un insecto.
Tal vez lo fuera.
Podría haber jurado que sus ojos estaban formados por un millón de esferas, que el dibujo impreso empezó a girar lentamente, líquido y vivo bajo la piel.
Lo cierto es que Alberto bajó la vista esperando ver el arma. Vio, en cambio, las manos de ella, desnudas, introduciéndose lentamente en su piel.
Dedos de navaja, articulaciones dobles, casi una araña vaciando icor en su sangre.
La lengua de ella, dentro de la boca de Alberto se dividió en dos, se multiplicó en mil finos tentáculos que se adhirieron en las membranas bucales, bajaron por su garganta, subieron por los conductos internos hacia su cerebro, serpenteantes, afilados, hirvientes. Navaja y veneno, al mismo tiempo.
En un acto reflejo, trató de alejarla. Se apoyó firmemente en los hombros pero la piel se volvió líquida, densamente insustancial.
Se descubrió hundido en esa carne, como si ella fuera un río vivo en donde acababa de sumergir las manos.
Con un chasquido la piel se volvió acero, y la carne fue seccionada limpiamente.
A su alrededor la gente bailaba, sumergidos en la música, y en el estroboscópico ritmo de las luces, la sangre que saltó al levantar los muñones se mantuvo eternamente suspendida.




***

Las luces no se apagaron, la música no dejó de fluir. Pero todos supieron que había terminado.
Se miraron unos a otros buscando ausencias, huecos, determinados vacíos. El por qué la noche parecía una afrenta, un castigo.
Edificio afuera a veces era posible ver un atisbo de luces, un tono muy bajo oculto en los ruidos.
A unos pocos, muy pocos, se les susurró una fecha, otro lugar.
Una esperanza.





23.7.09

DOBLE O NADA





El problema no es tener una segunda personalidad. Es que ésta se confabule con mi cuerpo para expulsarme.




22.7.09

TODAS LAS NOCHES...



Todas las noches se asoma a mi ventana un hombre sin cabeza, pero ¿cómo gritar si no tengo boca?




21.7.09

UN INSTANTE



Hay un momento, un instante, en que te detienes, y te das cuenta que la realidad se ha roto en mil pedazos. Miras a tu alrededor y no hay signo de ello. Nadie más que tú lo sabes. Con calma, con cuidado, buscando no romper nada más, te sientas en tu cama, te recargas en algún lado, terminas ese movimiento mínimo y cotidiano detenido por el descubrimiento.
Cierras los ojos y sientes. Eso íntimo, secreto, profundo, dentro de tu carne, que ha cambiado, que despierta, que duele, ese hueco o esa llama.
Te quedas ahí, inmóvil, mientras te inunda el horror de saber que lo que hay piel adentro ya no te pertenece.
Es en esa inmovilidad, siempre, que el cuerpo declara la guerra.

20.7.09

CN



Una máscara no es la Carne Nueva.
La Carne Nueva es lo que permitimos sea nuestro rostro (momentánea o permanentemente) tras el inmóvil escudo de la máscara.


18.7.09

100 KM/H

(Flickr de Hanah An)



Tal vez el odio que nos teníamos nos avergonzara.
Nadie podría adivinarlo en nuestros gestos, en la forma en que nos rozábamos cuando estábamos en una reunión con los amigos, familiares, colegas.
Aida te dijo que su única esperanza es que existían familias felices como nosotros.
Alberto aseguró que una compañía era fuerte con líderes de raíces familiares firmes.
¿Cómo explicarles el silencio, la irritación, el asco…?
Cada uno era la máscara del otro, y tal vez eso ayudaba al odio.
Lo cierto es que, en ese último viaje, las cosas estaban llegando al límite. Tal vez el que nos estrelláramos no fue un accidente.
Posiblemente pensamos que sólo la sangre y el metal roto podían redimirnos.
No más mentiras, no más fingimiento.
Libres, a 100 kilómetros por hora contra un muro. A salvo.
¿Cómo imaginar que los órganos donados de uno salvarían al otro?
Éramos donantes y nos amábamos, todos lo sabían, así que ahora uno late dentro del otro.
¿No es el tipo de milagros que sólo hace el amor?
¿Cómo explicar que el odio no ha disminuido, el asco…?
¿Cómo olvidarnos, separarnos, huir, ahora que somos uno?






GENERADORES





Me explicaron claramente el procedimiento. Apenas escuché.
Accedí.
¿Qué podía perder?
Estabas muerto, amor.
Lo estás.
Miré como tomaron tu cuerpo y lo conectaron a máquinas, observé a cuchillas abrirte aún más y robots entrar en tu carne arrastrando tras de sí una estela de cables.
No pude ver más.
Me fui mientras ellos trabajaban.
Un zumbido líquido, denso y desagradable bajó desde tu cuarto. Lo escuché mientras preparaba una cena tardía.
Cuando se hizo el silencio vi servidos dos platos, dos tazas de café, que había acercado a tu lugar el cenicero.
La mesa lucía bien. Cálida y reconfortante. Un pedazo de rutina, de tranquilidad, de realidad, que no se había enterado que estabas muerto y hecho pedazos allá arriba.
Miré tu silla vacía.
¿Eso me esperaba? Pequeños actos cotidianos que buscaban negar lo inevitable.
Estabas muerto, ningún café con leche, ni cenicero iba a solucionarlo. Ningún dolor que yo sintiera, ningún vacío, ninguna lagrima, ninguna nada cerrándose lentamente en mi garganta.
Quería que no hubiera pasado. Que el tiempo se hubiera detenido hace 20 años, que estuvieras aquí saboreando el maldito cigarro que habría de matarte.
Idiota, estúpido, maldito.
Te quiero, te extraño tanto.
Y eso que tu sangre aún palpita tibia entre mis manos.
Pagaste para que esto no sucediera, recuérdalo. Accediste.
Un taladro empezó a funcionar allá arriba, metálico e industrial y luego húmedo y orgánico.
¿En qué momento dejé que me convencieran?
¿Cómo llegaron?
¿Cuánto?
¿Les abrí la puerta, los invité a pasar, los lleve ante tu cuerpo inmóvil?
No lo recuerdo ya. No quiero recordarlo.
Tal vez tu los llamaste cuando te diste cuenta que no ibas a poder seguir respirando durante otro día, tal vez el dinero estaba listo ya y una simple llamada lo liberó y ellos vinieron a cumplir con lo pactado.
Metal y carne.
Tomé mi café amargo de lágrimas y pensé en lo que habíamos comprado.
¿Memoria DNA? ¿Replica biomecánica? ¿Clon?
¿Tú?
¿Podían limpiarte de la muerte, arrancarte la nada, remendar tu carne enferma, tus pulmones sangrantes, dejarte libre de miedo, dolor?
Escuché puertas cerrarse, generadores deteniéndose, el tintineo de las herramientas siendo puestas al descuido dentro de estuches, los cables negros que llenaban la casa susurran mientras alguien los guardaba.
¿Terminaron?
Ya. ¿Ahora? ¿En la oscuridad?
− Listo – dijo uno de ellos, mientras me daba un papel que firmar.
− ¿Él…?
− Está arriba.
− Yo…
Me miró sin expresión alguna, esperando.
− Yo…
Era un trámite más. El deudo en la cocina que no podía ni siquiera balbucear una pregunta.
− Tiene garantía – dijo, exasperado. – Cualquier duda tiene nuestro número.
Se fue. Él y los técnicos blancos y las máquinas maravillosas, y los frascos de milagro que ofrecían, y los generadores de imposibles.
Se fueron y yo me quedé ahí
aquí
entonces
ahora
esperando.
Tus pasos, el arrastrarse de una silla, el aroma del cigarrillo.
Y tú, eso, esto.
Muerto, mi amor, muerto.
Vivo.
Tomo mi café y me preparo a afrontar el día.






16.7.09

SIEMPRE VERDE

(Flickr de Connor Creagan)



Descubrimos el idioma de las plantas, el minucioso odio que nos tienen frutas y verduras, sus aviesos planes, y hemos quitado todos los carteles que prohíben pisar el pasto.


ROJO



Inhibidores fisiológicos, proteínas contra el rechazo celular, bloqueadores DNA.
Toda esa tecnología para que conserves esos hermosos labios, esos preciosos ojos, esa sonrisa de lujo.
Sólo quiero que tengas un rostro perfecto.
Por eso te lo traigo, tibio y palpitante, vivo aún.
Por ello te lo pongo, con mis manos rojas.


14.7.09

ILOVEYOU



Me advierten de ti, me previenen, tratan que recapacite, te olvide, huya.
Me muestran lo que eres, lo que haces.
Pero amo tu piel.
Amo tu cuerpo.
Amo tu hambre, tu ansia, tu fuerza, tu pasión.
Espero que ames mi cuerpo, mi piel, mínimo mi contenido alimenticio.




13.7.09

GATOS

(Flickr de H2 @Flickr)



Logramos descubrir el secreto de los gatos y mediante químicos e injertos, alquimia y genética, tener− también – siete vidas.
Fue duro descubrir el precio de todo ello.
¿Qué hacer cuando sabemos que nos esperan siete muertes?




12.7.09

BIENVENIDO, FANTASMA



Carne y cuerpo, piel y calor, miedo y duda.
Debieron fingir que el cuerpo estaba suficientemente completo para que ocupara el ataúd. Que el fuego y el metal del accidente no les había arrebatado hasta su silueta.
Ella escuchaba el eco de su cuerpo a medianoche, su tranquilo respirar.
Una noche la memoria fue tan pesada que tuvo dejarla a un lado, dejarla dormir a su costado.
Y al otro día él estaba ahí: vivo.
Una hermosa cáscara sin memoria, lenguaje o voluntad.
Ella lo había parido a base de nostalgia y dolor.
Y si dejaba de dolerle podía desaparecer.
Tenerlo era recordar todo lo que había perdido, acariciarlo era la certeza de que el amor nunca volvería.
Crearlo la consumía un poco, cada noche. Hasta que un día la mujer no despertó.
Y él, eso, creado en la soledad y el abandono, lloró para traerla de vuelta, para que siguieran desgarrándose en la felicidad.




11.7.09

RUTA

(Flick de Jesse Wrigh)



Dejamos atrás todo, para ocultar mi piel. Nos embarcamos en la ruta para diluir en la distancia mi deformidad. Pensábamos dejar atrás, incesantemente, el espanto que provoca mi forma.
Un buen plan.
Hasta las calles de Ysidro, hasta los comensales en Torrecilla, hasta los caminantes en Z.
Mis padres siguen conduciendo preguntándose, ahora, si no es su forma, silueta, piel y lo que pensaban normalidad, lo que debemos ocultar kilómetro a kilómetro.


10.7.09

CALLES



A ciertas horas, en ciertos lugares, las paredes respiran.
Los pocos que vivimos cerca sabemos sus hábitos, lo que hacen, cómo, a quiénes.
Por eso permanecemos ocultos, en silencio y cuando nos preguntan el por qué decimos la verdad: preferimos el encierro a la inseguridad de las calles.


9.7.09

SECRETO



Una mancha. Una arruga. Un color. Y luego un objeto.
Una verruga, un lunar, un cabello, un monte en mi piel.
Creciendo.
Siempre creciendo.
Ignorarlo no servía, verlo crecer tampoco.
Cuando fui al doctor cerré el puño para que no lo viera.
Era mío.
Secreto.
Miedo encarnado.
Estigma.
No podía dejar que lo viera nadie.
Lo siento crecer y no sé lo que signifique. Lo siento moverse y no hay mas que espanto. Lo miro y me digo que el tiempo de actuar, de arrancarlo, ha pasado.
Es tarde.
Lo sé.
Y no sólo yo.
Él (eso) asiente y sonríe.

7.7.09

NO BASTA

(Flickr de .delila.)



Sobrevivir no basta.
Las ratas pueden sobrevivir (aunque hasta a ellas les cueste trabajo). Los insectos y las cucarachas no se han muerto tampoco en esta ciudad.
Sobreviven los que huyen, los que se esconden tras alarmas y gruesos muros, aquellos con el poder o el dinero suficiente para escudarse tras otros. Quienes saben que han perdido la ciudad donde viven, los que miran sus relojes al acercarse la tarde y no ignoran que hay pocas formas tan seguras de morir como dejar que la oscuridad los atrape en las calles.
Pero, repito, sobrevivir no lo es todo si para ello hay que dejar que el miedo determine cada movimiento, aprisionados por el temor, encerrados en las duras aristas de la angustia.
Quienes habitamos en la Ciudad Oscura sabemos que este no es — únicamente — un lugar para mantenernos vivos.
Sobrevivir no es todo cuando lo que se desea es un Dominio.
Calles nuestras, territorios que nos conocen por que han probado nuestra sangre, o — mejor aún — por que han saboreado la sangre enemiga.
Cubil de los nuestros, castillo dividido en cuadras y callejones, país de ladrillos y terrenos baldíos, tierra de aceras y asfalto negro, de alcantarillas humeantes y luces de neón titilando como las únicas estrellas.
La Ciudad Oscura: la que se crea cuando empieza la noche, la iluminada por la desesperación de los que saben que un paso fuera de los refugios es una prueba de la cual pocos salen indemnes.
La Ciudad Oscura que ocupa las mismas calles y el espacio que la Ciudad Diurna, pero en la cual los poderes pertenecen a otros: a los Asesinos, a los Criminales, a los Señores de la Droga, pero sobre todo a las Razas Ocultas.
Quienes empezaron, aquellos que llamamos Los Primeros, nos hablaban de una Ciudad Oscura compuesta sólo por desechos, por aquellos que dejaban atrás la Ciudad Diurna empujados por la necesidad de droga o muerte, porque sólo en la noche podían encontrar el alimento desesperado para sus almas devastadas.
Nos contaron de las pandillas que salían armadas, y sin más propósito que ir disminuyéndose a sí mismas, desgastándose con la muerte de sus integrantes, de gente que salía con el expreso fin de terminar.
De llameantes botes de basura quemándose rodeados de víctimas esperando un verdugo.
Y si no existía, esas víctimas podían tomar — momentáneamente — el papel de asesino para apresurar lo que fuese a pasar.
Pero esa Ciudad Oscura ha muerto. Su fantasma habita aún dentro de nuestra Ciudad, pero no lo es todo.
No, porque ahora existen las Razas Ocultas.
Ellas nos han mostrado una finalidad más pura que la sobrevivencia: el Brillo Negro de un destino.
Entonces el sobrevivir cobra un nuevo significado, al haber una Finalidad también existe un Sentido, una razón suficiente para recorrer las calles enemigas, llenos de orgullo.
El viento en nuestra cara, el potente motor nocturno de los vehículos como una sinfonía, las armas balanceándose junto con nosotros.
No necesitamos mas que la certeza de ser necesarios, el conocimiento de que hay un gigantesco juego del cual somos parte.
No sólo fichas prescindibles, no únicamente cifras en los estudios que tratan de documentar la desintegración de la antigua sociedad.
Participantes, guerreros en la batalla.
¿Qué importa entonces que seamos monstruos, que nuestra carne esté dejando de ser humana?
¿Qué importa la sed de sangre y los rostros de pesadilla que sonríen desde el espejo?
No sólo no importa, sino que es mejor.

3.7.09

SÓLO

(Flickr de Those Brown Eyes)





Un viejo yace en la orilla del camino
los tráilers pasan rodando
La luna azul se hunde bajo la presión de su carga
y los edificios rasguñan el cielo
El viento frío acuchilla el callejón de la madrugada
y vuela el periódico matutino
Un hombre muerto yace a la orilla del camino
con la luz de la mañana en los ojos
No dejes que eso te deprima
— sólo son castillos que se incendian

Neil Young




Efímera
de José Luis Zárate