18.7.09

GENERADORES





Me explicaron claramente el procedimiento. Apenas escuché.
Accedí.
¿Qué podía perder?
Estabas muerto, amor.
Lo estás.
Miré como tomaron tu cuerpo y lo conectaron a máquinas, observé a cuchillas abrirte aún más y robots entrar en tu carne arrastrando tras de sí una estela de cables.
No pude ver más.
Me fui mientras ellos trabajaban.
Un zumbido líquido, denso y desagradable bajó desde tu cuarto. Lo escuché mientras preparaba una cena tardía.
Cuando se hizo el silencio vi servidos dos platos, dos tazas de café, que había acercado a tu lugar el cenicero.
La mesa lucía bien. Cálida y reconfortante. Un pedazo de rutina, de tranquilidad, de realidad, que no se había enterado que estabas muerto y hecho pedazos allá arriba.
Miré tu silla vacía.
¿Eso me esperaba? Pequeños actos cotidianos que buscaban negar lo inevitable.
Estabas muerto, ningún café con leche, ni cenicero iba a solucionarlo. Ningún dolor que yo sintiera, ningún vacío, ninguna lagrima, ninguna nada cerrándose lentamente en mi garganta.
Quería que no hubiera pasado. Que el tiempo se hubiera detenido hace 20 años, que estuvieras aquí saboreando el maldito cigarro que habría de matarte.
Idiota, estúpido, maldito.
Te quiero, te extraño tanto.
Y eso que tu sangre aún palpita tibia entre mis manos.
Pagaste para que esto no sucediera, recuérdalo. Accediste.
Un taladro empezó a funcionar allá arriba, metálico e industrial y luego húmedo y orgánico.
¿En qué momento dejé que me convencieran?
¿Cómo llegaron?
¿Cuánto?
¿Les abrí la puerta, los invité a pasar, los lleve ante tu cuerpo inmóvil?
No lo recuerdo ya. No quiero recordarlo.
Tal vez tu los llamaste cuando te diste cuenta que no ibas a poder seguir respirando durante otro día, tal vez el dinero estaba listo ya y una simple llamada lo liberó y ellos vinieron a cumplir con lo pactado.
Metal y carne.
Tomé mi café amargo de lágrimas y pensé en lo que habíamos comprado.
¿Memoria DNA? ¿Replica biomecánica? ¿Clon?
¿Tú?
¿Podían limpiarte de la muerte, arrancarte la nada, remendar tu carne enferma, tus pulmones sangrantes, dejarte libre de miedo, dolor?
Escuché puertas cerrarse, generadores deteniéndose, el tintineo de las herramientas siendo puestas al descuido dentro de estuches, los cables negros que llenaban la casa susurran mientras alguien los guardaba.
¿Terminaron?
Ya. ¿Ahora? ¿En la oscuridad?
− Listo – dijo uno de ellos, mientras me daba un papel que firmar.
− ¿Él…?
− Está arriba.
− Yo…
Me miró sin expresión alguna, esperando.
− Yo…
Era un trámite más. El deudo en la cocina que no podía ni siquiera balbucear una pregunta.
− Tiene garantía – dijo, exasperado. – Cualquier duda tiene nuestro número.
Se fue. Él y los técnicos blancos y las máquinas maravillosas, y los frascos de milagro que ofrecían, y los generadores de imposibles.
Se fueron y yo me quedé ahí
aquí
entonces
ahora
esperando.
Tus pasos, el arrastrarse de una silla, el aroma del cigarrillo.
Y tú, eso, esto.
Muerto, mi amor, muerto.
Vivo.
Tomo mi café y me preparo a afrontar el día.






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Efímera
de José Luis Zárate