18.7.09

100 KM/H

(Flickr de Hanah An)



Tal vez el odio que nos teníamos nos avergonzara.
Nadie podría adivinarlo en nuestros gestos, en la forma en que nos rozábamos cuando estábamos en una reunión con los amigos, familiares, colegas.
Aida te dijo que su única esperanza es que existían familias felices como nosotros.
Alberto aseguró que una compañía era fuerte con líderes de raíces familiares firmes.
¿Cómo explicarles el silencio, la irritación, el asco…?
Cada uno era la máscara del otro, y tal vez eso ayudaba al odio.
Lo cierto es que, en ese último viaje, las cosas estaban llegando al límite. Tal vez el que nos estrelláramos no fue un accidente.
Posiblemente pensamos que sólo la sangre y el metal roto podían redimirnos.
No más mentiras, no más fingimiento.
Libres, a 100 kilómetros por hora contra un muro. A salvo.
¿Cómo imaginar que los órganos donados de uno salvarían al otro?
Éramos donantes y nos amábamos, todos lo sabían, así que ahora uno late dentro del otro.
¿No es el tipo de milagros que sólo hace el amor?
¿Cómo explicar que el odio no ha disminuido, el asco…?
¿Cómo olvidarnos, separarnos, huir, ahora que somos uno?






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