25.7.09

ENTRE LOS DEDOS





Creímos que lo peor que podían decirnos es que te moriste.
Nos mostraron pruebas y análisis, certificaron que no respirabas, ni tu corazón latía, que nada alentaba en tu cerebro.
Apenas pudimos reconocerte bajo el tumor.
Se quitaron las máscaras llenas de sangre para que pudieran ver el miedo que los ahogaba.
Los comprendimos.
Era el miedo en el que nos habíamos acostumbrado a vivir desde que esa mancha en tu mano empezó a crecer, un sentimiento compuesto a partes iguales de impotencia, desconocimiento de lo que pasaba y espanto.
Retiraron la mancha, pero apareció al poco tiempo, quitaron la primera excrecencia entre tus dedos, pero no fue suficiente. Perdiste cada dedo, la palma, la mano, el antebrazo.
Aprendimos palabras nuevas, conceptos médicos, supimos que eran tus propias células las que te devoraban, que tratar de quitarte esa cosa oscura y palpitante era como arrancarte de ti mismo.
Que la batalla estaba perdida de antemano.
Nos acostumbramos a vivir con tu progresivo fin, que uno puede acostumbrarse aún al miedo, a la impotencia, al espanto.
Creció en tus pulmones, cerró tus ojos, cambió tu rostro y la misma silueta de tu cuerpo.
Fuimos al hospital para que todo terminara creyendo, tontamente, que eso iba a ser el final.
Y ahora estamos aquí, y comprendemos que los doctores quieren que tomemos el control porque ellos no pueden. No con esto, no son ello.
Pedimos el cuerpo, dispensa de autopsia, trasladamos tus restos a un cementerio, hicimos una ceremonia con un cajón cerrado. Pusimos a los hombres más fuertes a cargar tu cuerpo.
Te enterramos.
Lo enterramos.
A ti, a eso.
Juntos.
¿Qué importaba que el tumor se moviera aún, que llorara, que nada pudiera matarlo?
Lo enterramos sin permitirnos aceptar que tenía tu voz, que nos llamaba por nuestros nombres, que eso también eras ¿eres? tú.
Tomamos el control y la decisión.
Decidimos la duda y la oscuridad.
Y la certeza que, con ello, nunca íbamos a abandonar el miedo. Las noches enormes en que buscamos una mancha entre nuestros dedos.






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Efímera
de José Luis Zárate