6.9.09

3.10 A. M.

(Flickr de Aleksandra)



− ¡Ahí, ahí! – dicen mis hijas señalando la oscuridad.
Acelero un poco más y pronto dejamos atrás la imagen borrosa entre la oscuridad y la lluvia.
Una silueta dolorosa, contrahecha, terrible.
Toda mi voluntad usada en no girar levemente el volante y lanzar el auto contra ella.
No más sufrimiento, no más horror.
− Papá – lloran y yo lloro con ellas. No debimos salir, dejar atrás la seguridad de la casa.
Es la hora en que los monstruos salen, en que la Carne Nueva se despliega, en que cosas de ojos rojos se deslizan entre las farolas y la oscuridad.
Las llaman mutaciones, tumores, enfermedades, algunos pocos casos.
La noche se llena de ellos y nosotros cerramos cortinas y pasamos llaves y encendemos luces, y subimos radios y televisores y nunca, nunca, nunca salimos a constatar que la noche les pertenece ya.
Pero la fiebre, y el hospital, y la necesidad.
− Aguanta, cariño – digo a mi esposa, que tirita.
Las niñas ahí atrás, miran la noche desorbitada, y yo debo seguir…
− Papá, mira, mira, mira.
Y sus dedos señalan los bultos, los muñones, los rostros dobles, las garras, las múltiples manos saliendo de rostros…
− Mira, mira, mira… se parecen a – dicen y yo acelero entre las lágrimas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Efímera
de José Luis Zárate