1.9.09

SINCRONIZACIÓN

(Flickr de Tanya)



Lo trataron primero, por supuesto, como un desorden mental. Había un rastro neuroquímico específico, por eso creyeron que sólo era una falla endocrina.
¿Cómo saber que las visiones eran reales?
Esa mujer que caminaba en un bosque a mitad de la ciudad estaba en contacto con alguien que no entendía por qué la sensación del pasto bajo sus pies era idéntica al concreto.
Tardaron mucho en musitar la palabra telepatía.
Sincronización tomó su lugar.
Lo difícil era encontrar a las partes del todo. ¿En qué lugar? ¿En qué sitio del mundo entero?
No había comunicación abstracta: sólo sensorial.
Búsqueda de ciegos.
Los medios masivos de comunicación ayudaron. El mundo dividido, primero, en continentes, cada uno con una sensación específica en un momento concreto: a las 12 del día según el meridiano Greenwich. Agua, hielo, plumas, arena… cosas así.
Los receptores anotaron que sintieron, y conocieron en que continente estaba su receptor.
Fue cuestión de ir concretizando: países, estados, colonias, calles…
Que emoción cuando se encontraron los sincronizados. Más que hermanos: el mundo sensorial idéntico. Algunos decidieron vivir juntos, otros se alejaron lo más posible para vivir dos vidas al mismo tiempo.
Nadie sabía cómo, porqué, qué cosa empezaba la sincronización. Dijeron evolución, mutación, casualidad, destino, sino, Nueva Carne.
Algunos como yo se ofrecieron voluntarios a pruebas, a mediciones, análisis. ¿Cuál la distancia de trasmisión? ¿Era o no simultánea? ¿Podía interferirse, modificarse, modularse? ¿Cómo la afectaban las drogas, las circunstancias atmosféricas, los accidentes?
Entre los sincronizados si uno quedaba ciego era el que tenía los ojos sanos el que encontraba sumergido en oscuridad, por ejemplo.
Se midió un impulso doloroso. No era simultáneo. Había un desfase de 2 horas 17 minutos y 3 segundos, estuviera a un kilometro o al otro lado del mundo.
Había tanto que averiguar. Tanto que experimentar, tanto que saber.
El que condenaran a muerte a mi trasmisor sincronizado fue una casualidad que algunos consideraron afortunada.
El hecho de que pudieran matarme a mí no detuvo la ejecución.
Me llenaron de aparatos, me conectaron a mil monitores, esperaron.
¿Cuál la sensación exacta de la muerte? Sentiría la inyección letal. ¿También la forma en que iban fallando cada órgano?
Pedí una última cena. Hablé por teléfono con mi sincronizado y nos dijimos adiós. Me senté a esperar la Muerte narrando cada sensación.
El frío, la pesadez, el lento detenerse.
Cerré los ojos, muerto de miedo.
− Estoy muerto – dije, con una voz clara y firme, 2 horas 17 minutos y 3 segundos después de la inyección.
La sincronización no se detuvo.
Fue otra.
No más datos del cuerpo, no más sensaciones de esa pobre cáscara asesinada.
Abrí los ojos y no vi lo que había a mi alrededor.
Fui describiéndolo, lo mejor que pude.
Nos olvidamos de los aparatos, de las mediciones, alguien desconectó las máquinas, otro salió corriendo de ahí, algunos tomaron notas. Los demás escucharon.
Silenciosos, helados.
Lo que hay al otro lado.
Entonces mi cuerpo empezó a fallar. El corazón fue deteniéndose.
No luché por respirar.
Me recargue en la camilla, me cubrí hasta la cabeza con la sábana blanca, cerré mis propios ojos.
Qué extraño privilegio morir dos veces.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Efímera
de José Luis Zárate